lunes, 9 de junio de 2014

OPCIONES

Miró a ambos lados de la carretera, compulsivamente, con un agitar frenético de los párpados que cual colibríes histéricos danzaban inquietos sobre la mácula ocular. La carretera estaba desierta. Un súbito impulso le hizo adelantar el pie derecho pero antes de posarlo sobre el asfalto recalentado por el sol, se detuvo y permaneció inmóvil, con el pie en alto, trémulo cual campana golpeada por el badajo, y dudó, dudó como jamás había dudado en su vida. Rememoró su infancia en el pueblo de sus padres, las tardes de calor y el alto cerezo florido, y luego los dulces frutos jugosos y azucarados. Más tarde, la escuela, los amigos de la infancia, los juegos, las meriendas de pan y chocolate. Y crecía a toda velocidad, aumentado las tallas, sacando el bajo a los pantalones, comprando zapatos nuevos, tirando zapatillas destrozadas de jugar a fútbol. Y luego la universidad, las noches insomnes de café frente a los apuntes y Bach sonando muy bajo para no molestar a los que dormían. Los exámenes y los nervios, el calor en las aulas sin acondicionar en verano, el frío glaciar en invierno. Y los días se sucedían y las estaciones. Y de nuevo la carretera, desierta, mientras mantenía el pie en vilo, hasta posarlo suavemente sobre el firme.
Ya sosegado, siente como su corazón se tranquiliza un poco y se va restableciendo una respiración mas pausada; y comienza a atravesar la carretera aprisa, sin mirar hacia atrás, rápido, rápido, corre, los últimos metros, y llega a la otra acera. Se gira, mira al otro lado del que venía, todo quieto, monótono, congelado en el tiempo.
Sonríe levemente, satisfecho.
No siente la cornisa que se desprende y se precipita a toda velocidad hacia él con toda la contundencia del azar.

El coño incorrupto de la Bernarda.

La historia de la Bernarda arranca durante la rebelión musulmana de 1568 en las Alpujarras granadinas. Fue entonces cuando a la santera Bernarda se le apareció el mismisimo San Isidro Labrador que, metiendo mano en su vagina -quizá de ahí lo de tener mano de santo-, convierte a la vulva de la mujer en un coño milagroso capaz de curar todo aquello que lo toque. A partir de entonces pues que a un pastor se le enfermaba una oveja allá que la llevaba a refregarse en el órgano milagroso de la santera; que se le escachifollaba a uno la mula por empacho de tascaburras pues igual, lenguetazo al susodicho canal del parto y como nueva. Tal fama alcanzó el órgano sexual de aquella mujer que, cuando desenterraron su cuerpo años después de estar muerta, todo el cadáver era polvo salvo aquel chumino santo que se mantenía fresco como el primer día. Eso si sobre sus condiciones de salubridad después de décadas de refrotamiento con todo tipo de animales y partes humanos enfermizas y purulentas nada dicen las crónicas.
Y de aquí la expresión de tomarse algo como el "coño de la Bernarda", es decir, algo que todo el mundo toca o tiene acceso ilimitado.
Para terminar me haría cuantiosísima ilusión saber si la iglesia, que es tan dada a beatificar santos y guardar sus reliquias en accesorios de oro o plata, tiene en algún altar, junto a la ostia consagrada, el muy famoso y sanador coño de la granadina milagrosa; más que nada por si un día me doy un sopapo y me parto un hueso, ir a restregarme contra el afamado gineceo.

domingo, 8 de junio de 2014

A LA CARRERA


Una jauría de horas voraces  se abalanza
Tras de mí sin compasión, dentelladas al aire,
Los volátiles segundos danzan,
A un compás que no marco yo,
Loca carrera que no avanza,
En la que tengo seguro puesto de perdedor.

En cada vuelta de la senda
Voy dejando jirones de mi piel,
entre las aristas desgastadas
De otros cuerpos que con paciencia labré;
Los surcos en la piedra,
A golpe de cincel,
Son otros tantos rostros difusos
Que se pierden en el ayer.

Entre las curvas de cientos de caminos
Que con el mío han de confluir,
Entremezclo mi insustancial vida
Sin más objetivo ni matiz
que seguir vivo cada día,
como un conejo en un campo de maíz.

Soy un cometa,
Que en su vertiginosa carrera
Una helada fugaz estela
Deja como único rastro detrás,
Es sólo una huella y nada más
Que en el universo no ha de perdurar,
Es mi débil aliento vital
El olor de una rosa en mitad del vendaval.
Cual pábilo que se angosta luzco lo que puedo,
Las gotas de cera que derramo
Es la vida que se escapa entre mis dedos,
Ligeras pavesas al viento son mis torpes pensamientos.

Y en esta jaula encerrado,
Carcomido por mis carnívoros sueños,
Entre la nada y el pasado

Van trotando cada uno de mis preciosos momentos.