lunes, 26 de enero de 2015

EN LA DISTANCIA



Puse un pie en el estribo
de tu acuosa mirada,
cual osado jinete
que montara un caballo de agua.
Fluida tu cintura,
fluviales tus nalgas,
macizos tus muslos,
tu pubis en llamas.
Enhiesto sobre tu grupa
atravesaba las praderas de sábanas
sobre el quicio del lecho revuelto
enhebrando tu carne calcinada.
Y envueltos en las columnas de fuego
arribamos exhaustos al alba,
apagados los ardores de la noche
dormimos abrazados entre las mantas.

HOMENAJE A PEDRO LAMEBEL

Nada es lo que parece,
Todo se copia a sí mismo,

Tus manos son ahora sarmentosas ramas,
Y tu antaño, perfilado rostro divino,
Un fondo de simas marinas
Donde reposan eternamente
Los pecios de amor hundidos.
Llueve sobre los ocultos peces
Que habitan en el armario de pino
En donde escondiste tantas veces
vestidos bajo pantalones de lino.
Llueven lágrimas cual preces
Lanzadas al intangible destino,
Llueven las infatigables voces de los jueces
Que condenan cada paso de tu camino.
Ya estás viejo y cansado y mereces
Que el tiempo con certero tino
Taje el fino hilo que te sostiene
Enhiesto cual odre de vino
En las viejas tabernas procaces
Donde mezclas pasados rostros fundidos.
Y, así, en la insomne madrugada del Jueves
Donde viven los marineros cautivos
De áureas vírgenes tambaleantes
Llevadas en andas por crápulas vestidos
Con ornamentados sayos penitentes
Que frecuentan el puente donde Expira el Cristo,
En esa noche maldita que no duerme,
Esa noche en que Sevilla es un grito
De morbosa exaltación de la muerte,
Un grito putrefacto, rancio y ahíto
De la inconsumible ponzoña reminiscente
Del redivivo Santo Oficio,
Clamas llamando a la santísima muerte,
alanceado en un callejón oscurísimo.
Después, aún con el mercadeo del amor acre
En tus encías revestidas de platino,
fluyes, viscoso, por los arrabales
en el mismo sentido en que lo hace el río,
hasta desembocar en el delta de calles
que inervan la Alameda y, como en un rito,
te apostas como un centinela en un pasaje
para contemplar el cálido brillo del cuchillo.

MARRAKECH

¡Ay, Marrakech!, qué lejos tus tierras,
Qué cerca tu Medina, tus artesanos sentados,
Sobre las calles infinitas,
¡ay, Marrakech!, que cantas en las mezquitas.
Tierra de mil caras distintas,
Hombres con chilaba, mujeres altivas,
Mujeres con hiyab, mujeres de pelo largo
Suelto al viento algunas,
Recogido, ay, recogido en vano.
Marrakech del barrio francés,
Con cafés al estilo europeo, cercanos,
Y también pequeños cafés donde sirven
Te con menta y te dan la mano.
Y casi sin darse cuenta,
Uno atraviesa tus barrios poblados
Para soslayar las cumbres del Atlas,
Los altos picos nevados,
Cincelados en la roca volcánica
Como un campo recién bombardeado,
Hasta llegar al inmenso palmeral
Que se tiende junto al río soberano
Que en aquellas tierras agrestes
Es el verdadero y único amo.
El río Dra que corre como un hilo
De intenso azul de riberas bordeado
Con  inabarcables palmerales
Y pueblos de adobe enclavados
En los albores de los tiempos,
Tiempos ya por todos olvidados.
Con los ojos de un niño inquieto
Voy recorriendo las venas de tus barrios
Hasta la cumbre del Ksar de Ben Hadu,
El anciano recinto fortificado
Que se yergue sobre el valle
Como si el tiempo estuviera estancado.
Aún con las pupila impresa
Del abigarrado entramado
De casas y palmeras, pleno digo
De tu belleza y de tus tejados de barro,
Parto presto hacia el desierto
Donde he de encontrar a mis hermanos.
A la anochecida arribamos
A los aledaños del Sahara, y nos esperan
Sobre sus talones sentados,
Los camellos del atlas y los tuaregs
Que nos han de guiar sin descanso
Por las arenas perpetuas inmemoriales
Que caminan como fantasmas lejanos.
En el desierto me quedo,
Ay Marrakech,

Que ya no he de volver a tu lado.