A veces,
cuando hace frío en la noche un cajero es un lujoso hotel con un recepcionista
electrónico. Los sin-techo entran en ellos y dicen buenas noches al dormido
empleado mientras extienden sus cartones y preparan el vino barato para la
cena. Con suerte alguna visita inesperada entra de manera inadvertida en sus
habitaciones y, como suelen ser estas visitas impertinentes, lo manosean todo
mientras ellos se hacen los despistados para no crear malos rollos. Los
sin-techo son viejos o jóvenes, harapientos o no, vivos o no, pero casi siempre
silenciosos para no molestar. Esa es otra virtud de los cajeros-hotel, que son
silenciosos para dormir. Rara vez hay ruido a menos que algunos jóvenes de
juerga se acerquen para avivar el calor de los postrados con algún líquido
inflamable, hecho este que no siempre es tomado con algarabía por todos. Como
decía Gila, si no puedes aguantar una broma pues vete del pueblo. Y es que
España ha sido siempre un país de bromistas.
En fin, no
puedo por más que elogiar el bien social que realizan los bancos al recaudar
amigablemente de todos los ciudadanos nuestro dinero para instalar esos lujosos
habitáculos que son los cajeros y proporcionar acomodo barato y de gran calidad
a los desheredados de la sociedad.¡Toda una obra social!