Lo cierto es que el peso de la
sociedad, del ambiente que nos rodea, es muy grande. Inmenso y descomunal,
diría yo. Hace poco vi en la tele Capitán Fantastic. Me puso de muy mala leche
ver como un padre egoísta y desquiciado hipotecaba la vida de sus hijos, los
destruía como personas en una fantasía comunista antisistema en aras de la
pureza intelectual y los convertía en seres asociales e inadaptados que no
podían interrelacionar con ninguno de sus semejantes de una forma sana.
Pero también me molestó mucho el
final, en el que el hombre, vencido por sus suegros y por sus propios hijos en
rebeldía tras descubrir que se habían convertido en unos fenómenos de feria, el
hombre digo, cedía a las presiones de la sociedad, se compraba una granjita y
enviaba a sus hijos al colegio para convertirse en buenos americanos que vivían
en comunidad.
Algo de rebeldía ardía en mi
interior, no porque sus hijos fueran al colegio y se educaran, que es lo que
tenía que haber pasado desde el principio, sino por la rendición, por la
certidumbre de que el sistema, de que la sociedad siempre gana, por unos
métodos u otros.
Me recuerda a un querido amigo,
una buena persona, culta, interesante, infeliz quizá en su soledad y
marginalidad que influido por su pareja, se ha convertido en un ser superficial
y egoísta. Lo entiendo. Entiendo que la presión es muy fuerte. Que es muy
difícil mantenerse fiel a los principios. No ceder a la basura de las
televisiones que es lo que luego va a hablar la basura de la mayoría de gente
que uno conoce en la vida. Es difícil leer libros, cuando con casi nadie puedes
ya compartirlos, porque la gente habla de series de pacotilla, supuestamente
excelsas, que no profundizan en los temas y son visiones superfluas y sesgadas
de temas complejos. Comprendo que el impuso de supervivencia te lleve a coger
el camino fácil. Ceder a la presión social para integrarse, para convertirse en
uno más, para ser popular y tener cientos o miles de supuestos amigos de las
redes que te dan “like” como si eso valiera lo mismo que un abrazo.
Es infame. Al menos para mí. Lo
siento, pero no pienso ceder. Comprendo a quienes lo hacen, aunque me dan mucha
pena. Y además, entonces ya no me interesan. Para vulgar y mundano tengo donde elegir.
Si quisiera carne picada la podría encontrar a cientos. ¿Soy un elitista por
ello? Puede ser. Pero me trae sin cuidado.
Lo siento, pero si hace falta
seré el último de los mohicanos. Y cuando ya todos hayan marchado, tal vez rece
porque también me lleven a mí. Pero entretanto, aquí sigo con el tomahawk
dispuesto a cortar las cabelleras de los vulgares, necios, simples … No pienso
dejar ni uno.