Gime el violín un trémulo lamento
de otoño
Y se retuerce dolorido entre los
dedos inmisericordes
Del joven muchacho de mirada
perdida
Que en el estrado con esfuerzo
extrae sus acordes.
Y vuela mi mente, prendida de
aquellos sones,
Lejos, hacia las altas cumbres de
los montes,
Lejos hacia los olivos y los
pinares
Tan lejos como lejana llega la
memoria de los hombres.
Y colgado de aquellas notas como
hojas
que danzan al ritmo que el viento
les propone
sobre las altas copas de los esbeltos
árboles,
donde mis sueños son peces de todos
los colores.
Y vibra el pistilo en la corola
Como vibra mi corazón en el pecho
Que simula el errático vuelo de las
alondras
Que Insufla entre mis costillas el
aliento.
Y ya el aire de mis pulmones
No quiso volver para darme sustento
Volaba junto con el sonido de los
violines,
Unido para siempre al viento,
Voló lejos, libre, huraño y
hambriento
De los anchos espacios de los mares
Allá donde no tiene límite el
movimiento.
Veo que el concierto fue bien y que la música cumplió uno de sus cometidos: transladarnos, convertirnos en humo y llevarnos a recuerdos, a lugares ilusorios, utópicos, tristes... Y nos has contado un momento de tu experiencia en el concierto de la mejor manera que hay de contar la música: con la música, el ritmor y las palabras hechas poema. Sutil, como es habitual en ti. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Lillo, fue excitante y sugerente como siempre lo es la buena música.
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