-Vamos, cuéntenos cómo fue, no tenga miedo, aquí estamos
para ayudarle, dice uno de los hombres de blanco sentado a la mesa metálica y
desnuda mientras tamborilea sobre ella con los dedos de su mano derecha. Tiene
unas manos regordetas y blanquecinas, yo diría que incapacitadas para cualquier
actividad manual que vaya más allá de escribir con un bolígrafo o tal vez
teclear con torpeza las teclas de un ordenador o los botones de un móvil. Me
mira de soslayo, sentado de medio lado y desparramado sobre la silla de metal
bruñido. No sé si con miedo o aburrimiento o tal vez la prisa de terminar
pronto para regresar a casa junto a su familia que debe de tiene que ser una
copia de la familia Adams pero en loser.
El otro tipo sentado junto a él, sin embargo, me inspira
confianza. Permanece erguido con la espalda apoyada en el respaldo de la silla,
hierático, me mira con una fijeza calculada, como de manera prospectiva sino
más bien esperanzada, cómodamente expectante.
La habitación es bastante rudimentaria. Una mesa, las sillas
que ocupamos, algunas estanterías con unos pocos libros. Una papelera. Lo justo
para que parezca un espacio de trabajo, pero por el contrario destila cierta
agresividad, como si quisiera transmitir comodidad pero sabiendo que estamos en
territorio enemigo.
Yo atuso de manera compulsiva mi cabello, sin césar, llevo
la mano hasta mi cabeza y lo pliego, lo aplasto contra mi cráneo, pero no se
queda quieto. No para de erizarse. Siento como cada cabello toma vida propia y
se despega de la piel y se eriza como un mar de púas, una barricada de lanzas
preparadas para hacer frente al ataque inmediato, la miedo de la oscuridad, al
terror que ya desde hace una semana se ha apoderado de mí, que no me deja dormir
y amenaza con aniquilarme.
El terror oscuro que surgió de mi propia cama para adueñarse
de mi vida y de mi próxima muerte.
-Quiere un vaso de agua, sugiere el hombre más callado, y
sin esperar mi contestación se levanta y lo coge de la bombona que yace boca
abajo y lo deposita con tranquilidad frente a mí.
De pronto noto los labios secos, la boca arrasada, como si
llevara a la deriva varios días por el desierto, como si la comida y la bebida
que he tomado en las últimas horas no hubieran entrado en mi cuerpo o no
hubiera sido asimilada. Tomo el vaso y bebo con premura, sediento sin sed.
-Puede traerme más, articulo las palabras con dificultad
mientras le alargo el vaso vacío.
No hay respuesta, solo coge de nuevo el vaso y lo llena.
Después lo deposita ante mí y se sienta casi como una sombra sin hacer ruido. Y
eso hace que todo mi cuerpo se erice mientras unos sudores fríos me embargan y
el pánico se apodera de lo poco que de cuerdo queda aún en mí.
Todo comenzó hace unas dos semanas. Lo recuerdo bien. Llegué
a casa de noche, tras un día de intenso trabajo. Hacía una tarde primaveral con
un aire suave y perfumado de primavera que invitaba a sentarse en una terraza y
tomar una cerveza fresca agradeciendo a la naturaleza el don de la existencia.
Pero estaba extenuado. Y lo único que me apetecía era una cena frugal y dormir.
Dormir como un bendito.
Y eso hice. Abrí la puerta de casa y solté la cartera sobre
el sofá. Vivía en un pequeño piso con
tres habitaciones, un pequeño salón, la cocina y el baño. Me dirigí a una de
las habitaciones que usaba a modo de trastero y también como residencia de
Newton, mi gato. Era un gato de mediana edad, tenía seis años y negro azabache
por completo. En realidad más que tener color pareciera que absorbiera la luz
de modo que generara oscuridad en derredor de él. Aún en los entornos más
lóbregos su negrura resaltaba como una esfinge maciza, en la completa ausencia
de luz, su perfil se resaltaba entre las sombras destacando como una presencia
rotunda.
Así es que abrí la puerta para que saliera pues no me
gustaba que estuviera suelto por la casa y vino a saludarme como hacía cada
día. Newton más que un gato se comportaba con las formas de un vetusto y noble
cortesano. No requería mimos. Nunca tuvo un gesto de agresividad y jamás lo vi asustarse. Salía de la habitación
con parsimonia y se acercaba hasta mí. Luego se sentaba sobre sus patas
traseras e inclinaba levemente la cabeza como dándome la bienvenida. Yo
acariciaba su noble cabeza, acto que aguantaba con estoicismo, transcurrido lo
cual volvía grupas y se alejaba hasta alguno de los lugares en los que gustaba
de reposar para reflexionar sobre las complejidades del universo, supongo.
Después de la cena y un poco de televisión y en vista que
los ojos se me cerraban solos me dispuse a acostarme. Por la noche, Newton
dormía en mi habitación y como siempre a ellos nos dispusimos. Cerré la puerta
pues no me gustaba dormir con la puerta abierta y me acosté. Newton rondaba por
la habitación. Siempre lo hacía. Subía a la cama y se tumbaba. A los segundo
volvía a bajar al suelo y se metía debajo de la cama o se tumbaba sobre la ropa
que estaba en la silla. Por las veces en que me había despertado otras noches,
no tenía un lugar fijo para dormir. Sino que a lo largo de la noche iba
deambulando y durmiendo en distintos lugares.
Me quedé dormido de inmediato.
Paré de hablar y tomé el vaso de agua; mi mano temblaba
ligeramente. El hombre de manos regordetas parecía más aburrido que nunca, su
cuerpo casi resbalaba ya de la silla. Su mano seguía tamborileando sobre la
mesa, aunque yo no oía el ruido que debía producir. El otro hombre, sereno,
impertérrito, no pestañeaba. Parecía una grabadora en funcionamiento. Dejé el
vaso sobre la mesa de nuevo.
A alguna hora indeterminada de la mañana me desperté. Había
dormido profundamente pero noté una acuciante necesidad de orinar. Me levanté y
salí de la habitación con cuidado de cerrar la puerta a mis espaldas para que
Newton no escapara y tener que buscarlo por toda la casa de nuevo. A oscuras
fui al baño y oriné con los ojos casi cerrados. Salí y apagué la luz para
volver a la habitación y de pronto en mitad del pasillo advertir una masa negra
en el suelo que me miraba con toda fijeza.
-Pero Newton ya te has escapado, exclamé. Me agaché y lo
cogí para volver con él a la habitación. Cerré la puerta y me volví a acostar
dejándolo sobre la cama.
Cuando desperté a la mañana siguiente me encontraba mucho
más descansado. Había dormido bastantes horas con un sueño profundo y reparador
y me encontraba de muy ánimo. Abría la puerta del dormitorio para que Newton
saliera y paseara por sus dominios y fui a prepararme el desayuno. Me
sorprendió ver en el suelo una lata de atún vacía. Le tenía prohibido a Newton
que entrara a la cocina pero sé que buscaba cualquier descuido mío para
penetrar y revolver en la bolsa de los envases o en la basura. Supongo que
cuando escapó en la noche se había dedicado a eso. Volvía a recordar entonces
cuando me desperté en la noche. Estaba seguro de haber cerrado la puerta tras
de mí. ¿Cómo había salido Newton entonces? La verdad es que estaba muy
adormilado cuando fui al baño y pudo escabullirse entre mis piernas mientras
salía de la habitación. De hecho podía haber pasado un hipopótamo por mi lado
sin que me diera cuenta. En fin, recogí la lata y me preparé el desayuno bajo
la atenta mirada de Newton que me observaba bajo el dintel de la puerta sentado
en posición de observación.
El día pasó con sus avatares cotidianos y la lucha constante
para no naufragar en este mundo sin remedio y volví a casa nuevamente de noche.
Me hice una ensalada y vi un rato la televisión mientras los
ruidos de la calle se iban atenuando y la pequeña muerte de la noche caía sobre
la ciudad con la esperanza de la resurrección matinal. Llevé a Newton a la
habitación, cerré la puerta y me acosté. De nuevo me desperté de madrugada para
ir al baño. Me levanté adormilado y cuando fui a salir me quedé paralizado. La
puerta estaba abierta. Pero eso no podía ser. Era una costumbre afianzada desde
la infancia. Siempre antes de dormir me aseguraba de cerrar la puerta. Era algo
sobre lo que no tenía ninguna duda. Si había una certeza en mi vida era que
antes de dormir cerraba la puerta de mi habitación. La verdad es que me invadió
el miedo. Encendía la luz. Todo parecía normal. Salí al pasillo y también di la
luz. Luego recorrí cada una de las habitaciones del piso hasta que todas las
luces estuvieron encendidas. No se advertía nada extraordinario. Ni el menor
ruido. Miré la hora, eran las cuatro y media de la madrugada. Todo estaba en
calma. Nada era inquietante. Solo un profundo silencio en la luminosidad de la
normalidad aterradora que no explicaba por qué la puerta estaba abierta. Parado
en mitad del salón reflexioné unos segundos. Y al darme la vuelta me
sobresalté. Sobre la silla estaba Newton mirándome con fijeza, con sus ojos
ámbar perdidos en la negritud de su pelaje. Si eso fuera posible pensé que una
mueca de comicidad asomaba a sus pupilas. Pero por supuesto eso no era posible.
No sabía qué hacer y al final hice lo único que se podía.
Fui al baño, apagué de nuevo todas las luces, cogí al gato, me aseguré de
cerrar todas las puertas y me volví a acostar. Recuerdo con claridad que
durante unos minutos el corazón me palpitaba con todos mis sentidos puestos en
escuchar el menor ruido o notar el menor movimiento. Pero solo percibí la
tranquilidad más absoluta. Incluso Newton que de manera habitual solía cambiar
de lugar en la habitación, permanecía inmóvil en algún lugar de la misma, como
si él mismo también permaneciera expectante. En algún momento me volví a
dormir.
Cuando me levanté por la mañana la puerta permanecía
cerrada. Salí de la habitación y me dediqué a inspeccionar la casa. Nada había
de extraordinario. Nada fuera de su lugar. Absolutamente nada delataba
cualquier intromisión. Nada era nada.
Pero aquello no iba a quedar así por supuesto. Salí de casa
aquella mañana de sábado y fui a una tienda de informática para comprar una
webcam. Cuando volví a casa lo primero que hice fue dedicarme a instalarla
antes de dejar a Newton salir para que no estuviera enredando por medio, pues
ya se sabe lo curiosos que son los gatos. Y en eso Newton sí que no era una
excepción. Cualquier cosa que trajera nueva a casa era sometida a una
meticulosa inspección por su parte.
Por fin estuvo instalada y comprobé en el ordenador que
funcionara adecuadamente. Fui a hacer la compra del fin de semana y a visitar a
unos amigos. Llegué a la noche con unas cervezas de más, pero después de una
semana de intenso trabajo me merecía aquel exceso.
Cogí a Newton y me acosté. Dormí profundamente toda la noche
del tirón. Aunque recuerdo haberme levantado un par de veces para orinar pero
lo tengo en una nebulosa alcohólica un poco lejana, así es que no podría
jurarlo. Cuando me levanté por la mañana tenía algo de resaca. Me tomé un
ibuprofeno y me preparé el desayuno. Mientras tomaba el café y las tostadas me
dediqué a navegar leyendo las noticias en el Facebook y escribiendo algunos
comentarios incisivos. Las mañanas de los domingos los solía dedicar a estar
relajado en casa, leyendo y escuchando música o realizando algún trabajo para
el inicio de semana. Estaba a punto de cerrar el ordenar cuando reparé en la
aplicación de la webcam del escritorio. La abrí y visualicé la grabación. La
habitación aparecía en penumbra pero con la luz que entraba de la calle se
reconocían las formas con claridad. Sobre la cama aparecía una forma humana
tumbada bajo las sábanas, que obviamente era yo. A un lado la mesita y la silla
con la ropa. Todo parecía en calma. De pronto algo se movió frente a la cámara.
Era Newton que saltaba desde el suelo hasta la cama y se hacía un ovillo a mis
pies para dormir con toda placidez. Luego de nuevo tranquilidad. Avancé un poco
en la grabación. Newton había desaparecido de los pies. No se le veía por
ningún lado, por lo demás todo estaba en orden. Avancé un poco más. Newton
aparecía de nuevo. Sentado sobre la mesita parecía acicalarse con tranquilidad,
luego permanecía inmóvil unos segundos, para saltar al suelo y desaparecer bajo
la cama. Avancé un poco más en la grabación y entonces me quedé paralizado. La
puerta estaba abierta. Se veía con toda claridad. No por completo pero estaba
abierta. Volví hacia atrás en la grabación y comprobé lo que jamás hubiera
querido comprobar, la puerta aparecía cerrada. Un escalofrío recorrió todo mi
cuerpo. No puede ser, mascullé, Esto no puede ser. Tiene que haber una
explicación. Mi cerebro corría vertiginoso por todos los recovecos de mi razón
y de mi saber. Tiene que haber una explicación. Pero la explicación no
aparecía. Tomé de nuevo el ratón del ordenador y pasé la grabación segundo a
segundo. Y allí estaba. En mitad de la noche. En la oscuridad de la habitación,
la puerta se abría de forma lenta pero evidente. No se veía nada que la
impulsara. Nada raro. Solo que la puerta se abría. Vi la hora en la grabación,
eran las cuatro y media de la madrugada.
Me retrepé sobre el respaldo de la silla. No entendía. No
podía entender. No era entendible. No le era. Simplemente.
E hice lo que nunca tendría que haber hecho. Esa noche
preparé todo como de costumbre. Cerré la puerta pero puse el móvil en la mesita
programado para las cuatro y media de la mañana. Y me acosté. Tardé un rato en
dormirme, los minutos pasaron con lentitud mientras yo me revolvía intranquilo
bajo las sábanas. Pero en algún momento me quedé dormido. Y en su momento la
alarma sonó. La pared y me incorporé. La puerta estaba abierta. Comencé a temblar
descontroladamente y sin encender la luz salí al pasillo. El miedo me invadió
sin mesura. En el salón la televisión estaba encendida. Anduve impulsado quien
sabe por qué energía hasta el salón y atravesé el dintel, no parecía haber nada
raro. Y entonces lo vi. Sobre la silla del rincón una masa negra de opacidad
sentada sobre sus cuartos traseros clavaba sus pupilas amarillas atravesando mi
cordura mientras masticaba deleitándose con la comida. Una lata de atún a medio
comer permanecía bajo su pata. Me miraba sin dejar de comer mientras la maldad
absoluta se reflejaba en la profundidad de sus ojos.
Salí corriendo. Abrí la puerta y salí del piso. Y no puedo
decir mucho más.
El hombre de la mano regordeta había dejado de tamborilear.
La habitación permaneció en silencio por un tiempo que no sabría determinar
mientras yo volvía a beber agua. El hombre que permanecía quieto cambió el peso
de su cuerpo y carraspeó.
-Pero hemos revisado su ordenador en busca de esa grabación
y no la hemos encontrado. Como explica eso, como explica que no haya grabación,
dijo en un tono que pretendía ser neutro.
Yo fui a añadir algo, pero cambié de idea. Solo dije con el
último atisbo de cordura que me quedaba.
-Newton.