Una vez vi a alguien que se ahoga
y pedía ayuda. Pero decidí no hacer nada. Al final, claro, lo vi ocultarse bajo
las olas crispadas que empujaba el viento iracundo. Me quedé observando las
gaviotas que progresaban en el cielo nublado haciendo piruetas ajenas a la vida
que se perdía y a mí mismo que no hacía nada por evitarlo. Pero yo sabía bien
lo que hacía. En realidad él no quería salvarse. Solo agitaba los brazos para
llamar la atención, para que el mundo fuera consciente de su desgracia. Pero
solo eso. Podría haber nadado. Podría haber intentado flotar y hacer un
esfuerzo para llegar a la orilla. Pero nada de eso hizo. Se limitó a hacer
aspavientos y gritar de manera patética para que el universo viera como se
hundía sin remisión en las profundidades oceánicas. Hay quien prefiere llamar
la atención y quejarse y gritar a hacer el esfuerzo de salvarse nadando. Por
eso me quedé impasible viendo las olas sucederse en un mar embravecido que como
la vida termina ahogando siempre al que no nada.
Quería salvarse por amor.
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