A lo lejos se oye el viento
En un susurro de amapolas que bailan abrazadas,
A lo lejos duerme el tiempo
Como una corriente de perpetua agua clara.
Bandadas de cuervos negros
Van desplegando sus negras alas,
Camikaces que desafían al invierno
Prestos para la batalla que nace en el alba
Grietas que llevan al averno,
Palabras como dientes de ratas,
Donde estaba el velero
Que navegaba siguiendo la estela plateada.
Seguí como un zombi no muerto
El camina que brotaba de la garganta
De aquel roquedo yermo
En donde no habitaba nadie ni nada.
La perpetua nieve del invierno
Detenida por siempre en la larga falda
De la enorme e inhiesta cumbre
De la altiva y orgullosa montaña.
Como jamás temí a la muerte
Ni confié en nadie que no fuera mi propia calma
Me adentré en las cumbres silentes
Mas allá de los hombres que me rodeaban,
No salí de la batalla indemne, más las heridas que recibí
Me eran tan verdaderamente gratas,
Que lamí la dulce y espesa sangre
Gruñendo bajo el temporal a cuatro patas.
Perseguí a mi presa esquiva
Sin descanso por los arroyos de escarcha,
Trenzaba el destino el hilo de mi vida
Con las raíces de las plantas estrelladas.
Engarzados mi ojos azules de cobalto
Por el arpón de aquella mujerzuela ingrata
Sin patria, ni bolsa ni vida
Por la estepa agreste y dormida
Por siempre he de correr como bestia sin alma.
Un esbozo de la vida, de la lucha por la supervivencia, el cambio de las estaciones o esa nieve que sobrevive al fuego que escapa del averno... excelente poema de tu vida, de tu lucha. Eso es al menos lo que veo al leer este tejido de palabras que has elaborado.
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