Las últimas construcciones van quedando atrás y efectivamente, como bien nos había indicado el autóctono, cruzamos varias veces el río, atravesando por un campo de olivos que hacen las delicias de David, tan amante de la Olea europea.
Finalmente llegamos al cortijo derruido de Jesús del Valle y giramos hacia la derecha para dirigirnos hacia el Canal de los franceses que irá ascendiendo entre retamas y encinas, especies indicadoras del bosque mediterráneo, hasta la meseta del Llano de la perdiz.
Con algún sudor, alcanzamos el altiplano y paramos en una mesa para comer el bocata, rodeado de la paz propia de las zonas de merendero, cuando un domingo con 27 grados se llenan de alegres familias, con sillas, parasoles, neveras, radios, pelotas, los niños, la tía, la abuela, el loro, un elefante africano y la madre que los pario a todos y el ruido que hacen que parece la Gran Vía.
Trasegados líquidos y alimentos, embocamos hacia el cruce, pasados el reloj de sol y el Algibe de la lluvia, que nos llevará hasta la restaurada Silla del Moro, lugar de juegos de mi infancia cuando no era mas que un montón de piedras.
Por último, descendemos por los bosques de la Alhambra, con el sonido hipnótico de las acequias cantarinas, hasta la cuesta de los Gomérez que nos devuelve a Plaza Nueva.
Por pudor, no describiré los dos pasteles con café y batidos que nos hemos jalao.
http://es.wikiloc.com/wikiloc/
Joer, me ha encantado tu texto. Mira que me ha hecho reir. Lo del elefante africano ha sido un punto, ahí he tenido que parar que no veía las letras. Lo que pones... más verdad que un santo. Un saludo.
ResponderEliminarGracias por tus comentarios
ResponderEliminar