Hay quien tiene un sentido
trascendente de la vida. Yo en cambio solo tengo un sentido evanescente. Una
levedad extrema que me hace ser más un sueño, una ilusión que una realidad
palpable. Soy antes un concepto que una entidad corpórea. Mi existencia o no,
según los días, es una distopía que nunca se materializa, como si la reunión de
partículas subatómicas que se amalgaman para ser yo, solo lo hicieran por mor
de la atracción hacia el eje conceptual que me en mi centro habita. En
realidad, soy un perezoso aspaviento natural, un exceso del universo, un
innecesario, en fin, exabrupto de la materia. Soy superfluo como un fotón
lanzado a la inmensidad cósmica, como una onda distorsionada del concepto
humano. Soy como digo una idea y no una persona. De ahí que vague por la vida,
con la liviandad propia de lo inaprehensible, pues no soporto más peso que el
de mi propia inefabilidad. Miro a otros humanos como la vaca al tren que pasa,
como un estudioso de sus comportamientos que me parecen tan extraños, tan
absurdos. Los veo acumular posesiones, envidiar a sus congéneres, pisar a sus
compañeros, todo en un afán obsesivo por llegar a ninguna parte. Pues es
evidente que no hay ningún lugar al que llegar. Les veo amontonar pequeños
productos materiales que no son más que otras conformaciones de la misma
energía primigenia, mientras supuran sin darse cuenta ese precioso tiempo que
les ha sido concedido de forma limitada. Atareados en la vorágine cotidiana de
segundos eluidos de sus vidas, viven extraños a su evanescencia. El ser no solo
es leve, es etéreo. Su corporeidad es accidental, solo su consciencia es
sustantiva.
Pero la mayoría de los humanos
viven de espaldas a la liviandad de su realidad, bien sumidos en la practicidad
diaria, bien esperanzados en una trascendencia histórica o religiosa.
Yo no me parezco a ellos. Nada
espero ni nada busco. Consciente de mi intrascendencia y mi soledad cósmica, me
coloco como un observador imparcial de tan extraordinarias criaturas. No son
para mi, más que ratones de laboratorio a los que veo desenvolverse por los
laberintos de la vida con empírica objetividad. Sus pasiones me producen una
mezcla de extrañeza y curiosidad que a menudo solo desembocan en la
perplejidad.
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