viernes, 13 de marzo de 2015

AUTOBIOGRAFÍA

Hay quien tiene un sentido trascendente de la vida. Yo en cambio solo tengo un sentido evanescente. Una levedad extrema que me hace ser más un sueño, una ilusión que una realidad palpable. Soy antes un concepto que una entidad corpórea. Mi existencia o no, según los días, es una distopía que nunca se materializa, como si la reunión de partículas subatómicas que se amalgaman para ser yo, solo lo hicieran por mor de la atracción hacia el eje conceptual que me en mi centro habita. En realidad, soy un perezoso aspaviento natural, un exceso del universo, un innecesario, en fin, exabrupto de la materia. Soy superfluo como un fotón lanzado a la inmensidad cósmica, como una onda distorsionada del concepto humano. Soy como digo una idea y no una persona. De ahí que vague por la vida, con la liviandad propia de lo inaprehensible, pues no soporto más peso que el de mi propia inefabilidad. Miro a otros humanos como la vaca al tren que pasa, como un estudioso de sus comportamientos que me parecen tan extraños, tan absurdos. Los veo acumular posesiones, envidiar a sus congéneres, pisar a sus compañeros, todo en un afán obsesivo por llegar a ninguna parte. Pues es evidente que no hay ningún lugar al que llegar. Les veo amontonar pequeños productos materiales que no son más que otras conformaciones de la misma energía primigenia, mientras supuran sin darse cuenta ese precioso tiempo que les ha sido concedido de forma limitada. Atareados en la vorágine cotidiana de segundos eluidos de sus vidas, viven extraños a su evanescencia. El ser no solo es leve, es etéreo. Su corporeidad es accidental, solo su consciencia es sustantiva.
Pero la mayoría de los humanos viven de espaldas a la liviandad de su realidad, bien sumidos en la practicidad diaria, bien esperanzados en una trascendencia histórica o religiosa.
Yo no me parezco a ellos. Nada espero ni nada busco. Consciente de mi intrascendencia y mi soledad cósmica, me coloco como un observador imparcial de tan extraordinarias criaturas. No son para mi, más que ratones de laboratorio a los que veo desenvolverse por los laberintos de la vida con empírica objetividad. Sus pasiones me producen una mezcla de extrañeza y curiosidad que a menudo solo desembocan en la perplejidad.

La Nada que soy es solo una manifestación de la energía que me conforma; esto que escribo es la única realidad que me anima.

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