sábado, 14 de diciembre de 2019

LA VERDADERA HISTORIA DE ESTEBAN CONNERY


De su melancólico caminar había hecho un sello vital. Un estilo de vida propio que navegaba entre la desidia y la incertidumbre sin más agarraderas que su propio amor por la vida. Calafateaba las brechas que en su alma habría la tristeza con dosis de humor impostado y comentarios ingeniosos que rezumaban ironía a fuerza de la verdad que les confería ser trozos de su pasado. Era adusto en los ademanes, soez si era preciso espantar a algún refinado hipster de los media mass. Condescendiente con los relamidos, tenaz con los deprimidos, voraz con los desalmados.
Era sin más, intemporal, desalmado y compasivo. Un hombre de otro tiempo y de ninguno. Un capricho de la naturaleza que en medio de la mediocridad humana se permitía de vez en cuando, dar lugar a un ser que divergiera de todos sus coetáneos para martirio suyo y desprecio de ellos.
Llamado por mor de su padre, Esteban, y de su madre Connery gracias a un desliz televisivo que la buena mujer tuvo con tan atractivo actor durante los meses de postramiento en el embarazo que le alegraron los largos días mientras que el marido andaba pescando en las aguas canadienses. Fruto de aquellas tardes de pasión nació Esteban Connery Sánchez Puertas con un perfecto dominio del inglés y una sonrisa socarrona que nada más nacer le granjeó la primera bofetada del obstetra en un arrobo de ira ante lo que consideró recochineo del púber recién nacido tras doce horas de lucha para hacerlo pasar por el canal de parto. Bien hubiera podido el ginecólogo reprenderlo por tan visceral acto advirtiendo al facultativo de que la costumbre era dar una palmada en las nalgas, pero él mismo se quedó con las ganas de propinarle otra bofetada y calló haciendo caso omiso de aquel acto si no poco profesional al menos harto infrecuente en un paritorio.
Así el pobre Esteban Connery pasó los primero años de su vida recordando aquel hecho premonitorio cada vez que al sonreír ante una reprimenda o situación apurada recibía una nueva bofetada de quienes no comprendían que su sonrisa era regalo de los dislates amorosos de su madre y no de una socarronería que sin embargo al final iba a adquirir para acompañar a aquella malhadada mueca.
Durante su infancia Esteban Connery fue ya un niño especial. Mientras el resto de niños cogía saltamontes, hormigas o cualquier otro animalillo para metérselo en la boca, él se dedicaba a desmembrarlos con delicadeza para luego reconstruir quimeras que enseñaba a sus allegados. Así puso las alas de una mariposa con unos alfileres pegados a la espalda de una rana, construyendo así un prototipo de helicóptero. En otra ocasión adhirió las patas saltadoras de un saltamontes a un escarabajo gracias a unas grapas incrustadas en sus francos. Este fue un modelo fallido ya que bajo el peso de la cabina, el artilugio volcaba a ambos lados con facilidad, hecho este que de haber sido publicado habría prevenido la aparición de los todoterreno Zuzuki.
Sus constantes experimentos con animales le fueron ganando entre sus compañeros a medida que crecía el sobrenombre de Doctor Frankenstein. Sobrenombre que luego adoptaría muchas veces durante su vida adulta como por ejemplo en su correspondencia epistolar.
Sea como fuere Esteban Connery fue creciendo en un mundo que le era a la vez extraño y hostil, lo cual también era recíproco para el mundo que tenía la misma consideración para el pobre desgraciado. De modo que constantemente se esforzaba en extrañarlo de la existencia y a la vez le temía y se apartaba a su paso.
Así a la tierna edad de tres años Esteban Connery sufrió un brote de malaria que los médicas tardaron tres meses en diagnosticar ya que nadie jamás había visto en este país un caso se semejante patología. Cuando por fin buscaron un tratamiento,  comprobaron con estupefacción que los glóbulos rojos del muchacho no solo habían aceptado al parásito sino que lo habían domesticado de modo que ahora sus eritrocitos eran más eficaces en el intercambio gaseoso y por tanto le permitían aumentar sus destrezas atléticas, hecho este que sin embargo Esteban Connery casi nunca aprovechó en su larguísima existencia más que dos o tres veces pues era poco amigo del apresuramiento, mucho menos de la carrera.
De este modo la naturaleza aprendió que tenía que pensar muy bien las herramientas que usaba en su guerra por expulsar a Esteban Connery de su seno y en adelante fue más sibilina, evitando los ataques frontales con un ser tan bien parapetado tras los adarves de la existencia.
Esteban Connery salió del hospital ante la mirada estupefacta de los médicos por su propio pie y con un artículo publicado en Nature que sería reproducido y buscado por investigadores de todo el mundo durante siglos.
A los cinco años, tras dos de una tregua soterrada, donde se producían refriegas por parte de uno y otro bando, el mundo trató de propinarle un nuevo jaque mate. Esta vez usando un arma que suele ser letal. La combinación de la gravedad con la natural inclinación de los niños al descubrimiento y la curiosidad. Así en una tarde calurosa de verano, cuando las cigarras se deshacen las alas en su canto nupcial, Esteban Connery se balanceaba en el extremo de la rama de un nogal intentando llegar a un nido de jilgueros para comprobar su contenido ováceo, cuando bajo el influjo gravitatorio vino la rama a quebrar, de modo que el propio planeta se implicó en la expulsión de la vida animada del cuerpo del niño que se precipitó hacia tierra como un saco de trigo, donde cayó con un golpe sordo y crujiente que presagiaba el fin de la andanzas mundanas de la pobre criatura.
Y así fue. Durante media hora el infante permaneció en parada cardiorespiratoria bajo los intentos frustrados de los servicios de emergencia para reanimarlo. Sus padres lloraban más o menos. Y los servicios de emergencia, más o menos trataban de reanimarlo. Tampoco hay que exagerar con estas cosas. Cuando ya todo parecía perdido y estaban a punto de dejarlo pasar, un joven ayudante e inexperto auxiliar dejó la pala cargada durante unos cinco minutos almacenando tal cantidad de energía que la furgoneta se quedó sin batería y hubo que sustituirla por una nueva. Al entrar la pala en contacto con el pecho desnudo del chico produjo un chisporroteo eléctrico que desprendía un fuerte olor a pollo asado; el cuerpo del chico se contrajo y se dobló como una S suspendiéndose en el aire durante un tiempo indefinido para finalmente caer sobre la camilla, chamuscado y renegrido. Todos los ocupantes de la ambulancia se habían apartado por miedo al calambre y cuando la humareda se disipó vieron con estupefacción como el pecho requemado de Esteban Connery ventilaba con no pocas dificultades pero de modo constante.
Efectivamente el corazón del chico había vuelto a latir, de manera arrítmica y desacompasada, pero latía. Tras reponerse del impacto emocional de tal hazaña, por supuesto cayeron en las horrorosas consecuencias que tendría para el chico aquella anoxia de más de media hora. Sin embargo, no contaban con la capacidad de sus glóbulos rojos para retener enormes cantidades de oxígeno y de dióxido de carbono. Para sus eritrocitos media hora de falta de ventilación no era más que un leve ejercicio de aguantar la respiración para ver quién gana una apuesta en un bar.
Tras aquel segundo intento el mundo dejó en paz a Esteban Connery durante una larga temporada. De vez en cuando intentaba algún pequeño asalto o triquiñuela para comprobar su solidez, pero nunca nada serio, ante la férrea disposición del chico de seguir con vida.