sábado, 5 de junio de 2021

PANEGÍRICO AL MAESTRO SUPERVIVIENTE

Ahí estás, a la puerta del instituto, 
Cual escoba desmochada, 
Que ha barrido demasiado, 
Exhausto, un orden de magnitud menos 
que estar muerto y enterrado. 

 Eres como el inspector Gadget, 
Si algún milenial lee esto 
Que consulte con presteza google 
No sea que con el esfuerzo 
 De la remembranza memorística 
Sufra un esguince cerebral 
Y caiga fulminado al duro suelo. 

 Como el inspector Gadget, digo,
 Y afirmo que llevas, y no miento,
 El atomizador de desinfectante en una mano, 
Marca Acme por supuesto, 
El amplificador colgado del cuello 
El maletín atiborrado en la otra, 
Y el cable del sonido, 
Con pulcritud, liado en la chorra. 

 Y te miras en el espejo, como un espantajo 
Salido de una batidora con el pelo revuelto, 
 los pantalones por los tobillos, ajado 
encorvado cual Quasimodo tuerto. 

 Con el móvil en equilibrio buscando señal 
Para fichar que el QR esta mañana va mal 
Pero solo sintonizas Telecinco  
Que la tele últimamente es mortal
Y si sigo rimando en –al
Hasta de la tumba se levantará
El malogrado petardo de Paco Umbral.

Y pasa una alumna y te espeta, 
-Maestro tienes las notas, 
Las notas dice la interfecta; 
Hasta las tres corrigiendo exámenes, 
Introduciendo calificaciones en Seneca, 
Uno a uno los bonitos criterios 
Como prístinas perlas ascendidas del infierno 
 Para quemarte las pupilas 
 Y dejarte pegados a la silla los …………..1 
 1.(ovocito maduro de las aves). 

 Sí, hija sí, las notas tengo, 
 Con dos trabajos y cuatro criterios 
Lo que otrora fuera un tres pelado, 
Por arte de birlibirloque 
 Se transustancia en notable excelso.

 Y ya llegó el final del curso, 
Las súplicas y preces han sido oídas, 
Los dioses nos mostraron el camino 
Más, camino plagado de celadas y espinas. 

 Rememoro con añoranza aquel lejano día,
 Era septiembre que por septiembre era, 
Las espigas doradas aún se mecían 
En mis sienes rubicundas y soñaderas. 

 Que distante queda el mencionado comienzo, 
Ahora las nieves coronan mi quebrado rostro, 
Donde antes la mies otrora vigorosa nacía 
Ya es un angostado y seco páramo solo. 

 Diez meses han pasado sin prevención 
Largo el periplo por el marasmo burocrático 
Ha sido, y todavía no cesa, 
-más madera, gritan desde dirección 
Más madera para esta cafetera vieja. 

 Y la pesada locomotora agusanada avanza 
Con paso lento pero estable,
 Una persiana cae, un ordenador revienta,
 La silla se desatornilla, se desmontan sus partes, 
Pero la vieja locomotora no se altera, 
Su rumbo mantiene firme e imparable, 
Caiga quien caiga, muera quien muera 
Los papeles estarán a tiempo rellenos 
O caeremos cual fieros guerreros en el combate. 

 Azotado por las inclemencias del papeleo,
 en la cofia, marino indómito y gallardo, 
Los duros golpes he resistido con valentía, 
Mas el temporal me ha zarandeado cual balandro. 

 Y ahora por fin a puerto llego,
 Desvelado, con las velas rotas, 
Sin apenas haber dormido, en vela, 
Velando toda la noche cual cruzado 
Que el espaldarazo espera, 
Mas no será con espada 
Sino con un claustro de regalo. 

 Y así en un último esfuerzo,
 Boqueo esperando el día ansiado 
Como pez que sacaron del agua,
 Como el pueblo judío en el desierto, 
El mana divino anhelo, 
No en forma de pan de cilantro 
Sino de enlace a la sala de videoconferencia 
Donde el postrer claustro sobre mi ataúd 
Con sonoro golpe remache el último clavo.

viernes, 19 de marzo de 2021

EL EMBARAZO

Cuando Ana se enteró aquella mañana de que estaba embarazada, un sudor frío y pegajoso se deslizó por su espalda empapando el suelo de toda la consulta. Mientras el servicio de limpieza reparaba el estropicio, Ana decidió que tenía que alumbrar a la criatura ese mismo día y así se lo comunicó al médico. El comentario demudó el rostro del facultativo que con un gesto entre asombrado y divertido exclamó: -¡Señora está usted de dos meses! Y además el parto sigue un proceso natural que no depende de usted. Luego le dedicó una paternalista media sonrisa de superioridad incuestionable y se puso a escribir en el ordenador. Ana no se inmutó. Se incorporó trabajosamente de la camilla debido al notable aumento que su vientre había sufrido desde que se enterara de la noticia y abrió las piernas. Por segunda vez aquella mañana el suelo de la consulta del atónito médico se inundó. -Señora, gritó el médico enfurecido. Pero luego su semblante palideció al decodificar que aquel nuevo fluido expulsado por la mujer que se mantenía de pie en el centro de su consulta era líquido amniótico y permaneció durante unos momentos petrificado por aquel hecho indiscutible y perturbador, a todas luces imposible y, sin embargo, cierto y veraz. Finalmente, su cerebro de ginecólogo le impulsó a la acción de manera inconsciente. -Por favor, súbase de nuevo a la camilla, dijo ayudando a Ana a reclinarse. La exploró entonces con tacto y delicadeza. Su perplejidad aumentaba de modo desaforado. Se incorporó y habló más para sí mismo que para informar a Ana. -Está usted de cinco centímetro, exclamó desconcertado. -Ya se lo he dicho, replicó Ana sin que una sola hebra de su cabello castaño se descompusiera pese a las rítmicas contracciones que su útero le producía. Aún a pesar de las evidencias el médico volvió a cerciorarse. No cabía duda, estaba de parto. De manera inmediata activó el protocolo y llevaron a Ana al paritorio. Dos horas después Ana gritaba y gemía entre contracciones feroces luchando por expulsar al neonato de su ser. Nadie entendía nada de aquella situación. En la ecografía de urgencia el niño parecía seguir en formación pero estaba claro que el parto estaba en marcha. Los médicos dudaban sobre si dejar el proceso de forma natural o provocar un aborto. Ana se negó en redondo a recibir ningún tipo de anestesia y dejó clara su intención de parir a aquella criatura entre dolores atroces que amenazaban con partirle la columna cada vez que hacía el puente sobre la camilla. El personal deambulaba de un sitio a otro como hormigas que han sido irritadas al meter un palito en su hormiguero. Entonces una enfermera ya cerca de la jubilación se acercó con calma a Ana y le tomó la mano. Su sonrisa era amplia y franca. Sus sienes plateadas eran un lago otoñal en el que los focos del paritorio arrancaban destellos argénteos. Con una calma infinita dijo: -¿Porqué? La cara de Ana se contrajo en una máscara horrible de dolor y entre gemidos entrecortados pudo decir: -Tengo tres hijos, ufff ufff, llevo dos años en el paro, arrrrrrrggggg, y ayer firmé un contrato de seis meses, ¡su puuuuuuta madre! La enfermera no dijo nada. Se abismó en los ojos negros de Ana como quien salta desde una roca a un lago de lava incandescente. Su cuerpo ser envaró y como una antena de telefonía un chorro puro e invisible abandonó su cuerpo unido al de Ana. Una ola de sororidad se extendió por el centro hospitalario cabalgando como un corcel desbocado que saltaba de consulta en consulta, de sala en sala. Entonces de manera súbita el útero primigenio y colectivo de todas las mujeres del centro se contrajo en una única contracción creadora. Un rugido telúrico se alzó desde los confines de la memoria femenina, allí en donde todo hombre teme mirar. Y Adrián nació. Era pequeñito y prematuro. Pero decenas de úteros habían contribuido para que estuviera sano y completo. Su grito vital acalló el rugido uterino y una serenidad inefable se apoderó del rostro de Ana. -Hermana, yo te creo, dijo al fin la enfermera acariciando su rostro mientras sus compañeras llevaba el vástago al lado de la madre. NOTA. Ana se recuperó y después de haber parido a Adrián jamás usó medidas anticonceptivas. Pese a que su vida sexual fue plena y pródiga nunca tuvo más hijos ya que había decido que cuatro eran más que suficientes y además no podía exponerse de nuevo a que el embarazo le pillara en mitad de un contrato laboral con el consiguiente riesgo de tener que perder otro día de trabajo para parir al niño. Así es que crió como pudo a sus cuatro retoños encadenando contratos temporales mal pagados, pidiendo ayudas al estado y a los vecinos, y gracias a un sobre sin nombre y con algo de dinero que llegaba regularmente. Un sobre pequeño y pulcro tintado de plata. La enfermera se jubiló y diez meses después ella misma tuvo un hijo, pese a que no había mantenido relaciones sexuales desde hacía diez años. De hecho se produjo un aumento significativo de alumbramientos entre todas las mujeres que estaban en el hospital el día en que Ana parió a Adrián. Es evidente que no hay ninguna relación entre ambos hechos, pero lo cierto es que la estadística del centro refleja este dato, lo cual tuvo a dirección de cabeza teniendo que sustituir a todo el personal femenino en estado de buena esperanza, para lo cual despidió a todas las que eran eventuales y cubrió sus puestos con hombres jóvenes que no corrían el riesgo de sufrir un embarazo súbito y múltiple. El ginecólogo que atendió a Ana escribió un artículo que mando a la mejor revista de neonatología. Por supuesto los referee desestimaron su artículo tildándolo de burda patraña. Debido a su insistencia el hospital le amenazó con retirarle la licencia para ejercer. Recabó declaraciones de sus compañeros pero ante las amenazas, estos optaron por callar y vivir su vida de servidores públicos y no meterse en jaleos con la dirección que siempre es vengativa y protege sus propios intereses. Finalmente abandonó el ejercicio de la medicina y se retiró a un templo budista en donde busca la paz interior. El autor de este cuento consiguió un descomunal éxito con la publicación del mismo lo que le llevó a abandonar su carrera de incompetente profesor de instituto, para fortuna de su atormentado alumnado, y dedicarse de manera profesional a la escritura. Pese a su falta de talento, gracias a su gracejo natural y sexualidad desmedida ha conseguido innumerables premios y ha amasado una considerable fortuna de la que vive en su mansión, endiosado de su propia genialidad y esperando la llamada de la academia sueca para otorgarle el premio Nobel que sin duda merece. Ayer cuando se fallaban los premios la llamada aconteció para comunicarle que era finalista pero que el premio lo había ganado una escritora africana, totalmente desconocida, por su fineza femenina y delicado estilo, una cualquiera que desde luego está muy por debajo de su calidad intelectual, pero así es la vida. -¡Todas son unas putas! Ha exclamado al cortar la llamada con el comisario sueco

martes, 10 de noviembre de 2020

Canción del profesor pandémico.

 

Tengo tres cuartos de ESO,

Y eso que yo no quería,

No tenía en la mente aquel día

Bregar con grupos tan aviesos.

 

Mas o dicha del alma mía

En suerte me fue encomendado

Un cuarto de ESO y dos de regalo,

No quieres sopa,

Pues sopa y fría.

 

Hice de tripas corazón,

Y con los intestinos,

Me tejí una bufanda

Pensando que al volver de “parranda”

Me pillara el viento alpino.

 

Lo que jamás pude prever

Fue que un virus llegara de soslayo

Y como un maldito malayo

Su tortura me aplicara de forma cruel.

 

El covid entro en mi centro,

Por cada una de sus cuatro esquinas,

Por más señas se saltó las filas con inquina

Y se coló de rondón para adentro.

 

Y ya con la pandemia desbocada

Un día de un grupo me confinan la mitad,

Del otro un tercio,

Y del tercio que me queda

Otro tanto me da el quiebro

Y entre quebrados y confinados

Vago por los pasillos cual penado irredento

Que ni padezco ni siento

Y espero pronto descansar postrado.

 

Cuando muera por favor

Que quemen mi cuerpo divino

Que en la piran viertan óleos con tino

Y mis cenizas,

¡Ay!, mis cenizas, se las arrojen a mi director.

domingo, 4 de octubre de 2020

ESENCIAL

 Todo lo que quema es suave y dulce,

Un beso es un volcán que hace erupción,
En la noche o la madrugada,
Qué más da mientras la lava fluya.
La roca ardiente que son mis huesos,
Que sale de mí para vaciarse en tu cuerpo.
Todo lo que quema es puro
Tal vez inmaculado, núbil,
Es agua que solidifica en la corriente
De tu sangre que ya no es roja
Sino clara y espesa,
Yogurt de la vida,
Todo lo que es esencial, quema.
Un hilo infinito tejido para la huida
Del enamorado si la noche le persigue,
No corras amor, amor, amor,
No podrás llegar muy lejos
Sin el aire que necesitas para inflar tu pecho.
Todo lo que nutre, quema,
Desgarra las entrañas y abre caminos,
Porque todo lo que es divino
Está en nosotros y nos rodea
Y por ello vivimos y morimos.

domingo, 13 de septiembre de 2020

EL OLVIDADO VALOR DE LA EDUCACIÓN.


Cada vez me deprime más la poca consciencia que existe en España de lo importante que es la educación. Y no lo digo por muchas familias, que también, sino por una buena parte del profesorado. Creo que no tienen claro qué significa la educación, porqué hay que tomársela tan en serio. Cuando se aprueba a un estudiante que ha abandonado las asignaturas en 4º de ESO y se le da el título por la cara, el mensaje que estamos transmitiendo es que no es preciso esforzarse, que no vale la pena esforzarse. Cuando un estudiante llega a 4º de ESO sin haber repetido un solo curso y sin haberle hecho una adaptación curricular significativa, y ese estudiante apenas sabe algo más que poner su nombre; cuando a ese estudiante se le hace titular en ese estado de ignorancia y falta de madurez intelectual y académica no le estamos haciendo un favor. Estamos reconociendo nuestro fracaso, como profesionales y como sistema. Si somos incapaces de ayudarle de verdad y lo único que podemos hacer por él es regalarle un título, es que algo estamos haciendo muy mal. Si un estudiante chino titula prácticamente sin saber español, con casi todas las materias aprobadas, es que esto es un cachondeo, es que no nos estamos tomando en serio la educación.
Pues sí, todo esto pasa, está pasando. Es así de increíble y así de crudo.
Cuando implementamos sistemas que disuaden a los estudiantes de esforzarse o de trabajar en el primer trimestre pq lo compensan haciendo un poquito en el segundo y el tercero, no, no les estamos ayudando, les estamos restando lo mejor que podemos transmitirles, el valor del esfuerzo, el gusto por el trabajo bien hecho.
Cuando un profesor sistemáticamente aprueba a todo el mundo porque así no tiene que hacer exámenes de recuperación ni rellenar informes, está destruyendo la esencia misma de la educación. Está privando al alumnado de su derecho a ser corregido, a ser encauzado en el camino correcto, a mejorar, a aprender a superarse, a ser mejores personas y mejores ciudadanos.
El valor de la educación radica en que podamos transmitir a nuestros estudiantes que pueden mejorar gracias al conocimiento y la mejora de sus competencias. Pero todas esas conductas que he relatado, solo les trasmiten desidia y apatía.
Comprendo ahora la razón por la cual mi querida tierra, la Andalucía que me vio nacer, siempre es el farolillo rojo en todos los índices educativos. Cada vez comprendo más la razón de ese merecido puesto.

martes, 21 de julio de 2020

SI TE DICEN QUE HUÍ.


Tus ojos son la jaula en donde me gusta encarcelarme
Cuando este maldito mundo me pone en busca y captura,
No hay senda por la que no huya y cabalgue,
Al llegar a ti navego en cabotaje.
Tu lengua es el humedal
Donde me gusta regocijarme.
Nunca entendí nada sobre lo divino,
Casi nada tampoco sobre el deambular mundano
De los que se afanan en acumular dinero y joyas
O de aquellos que se revuelcan ufanos
Sobre oropeles y brocados de seda,
Son para mí, meros hinchados gusanos
Que se revuelcan por un lodazal
Engalanado de guijarros.
Deambulo por la vida libre de ataduras
Porque libre es el que solo tiene sus manos
Para cavar pozos si tiene sed
Para recolectar frutos y bayas
Cuando ya se avejenta el verano,
Soy un hilo de algodón que en el cielo
Un breve viento a su antojo se lleva del brazo.
Mis apellidos son de árboles recios,
Terco en el proceder si está justificado
No me he de ver impelido por la muchedumbre
En pos de lo que se cree que es mayoritario,
Que la mayoría de los corderos
Van al matadero con alegría cantarina balando.
Si alguna vez fuiste mi amigo no dudes
Que amigo me puedes seguir llamando,
Los compañeros de viaje que se encuentran en la vida
Son valiosamente escasos.
Cuando me veas partir, desnudo y descalzo
No albergues compasión por mí,
Toma tu copa y álzala hacia el sol mortecino del ocaso
Sobre los últimos rayos bebe el dulce licor
Y brinda por lo poco que de bueno dejé a mi paso.

martes, 14 de julio de 2020

RUEDAS.


Desde mi balcón puedo ver bajo un cielo gris un millón de manos que se agitan en la tarde mortecina. Un millón de cabezas despeinadas y de ojos huidizos, un millón de bocas deseosas de besos, un millón de cuerpos que anhelan los abrazos. Desde la soledad de mi balcón, proa de un barco inmóvil sobre la línea de un horizonte que se abate sin medida sobre las cabezas de mis congéneres en su ajetreo insustancial y cotidiano, veo el universo que se extiende inmisericorde sobre nuestra fugaz vida que se agosta con cada bocanada de aire que tomamos. Bajo la inmensidad de la bóveda celeste que amenaza siempre, cual espada de Damocles, con arrebatarme los últimos jirones de cordura que me restan, no puedo dejar de ver a los de mi propia especie como roedores que corren con premura en la rueda de la jaula que los aprisiona. Manejados a voluntad por las leyes de la biología que les impone el nacimiento, el raudo crecimiento, la reproducción para la perpetuación de la especie, la senectud inmisericorde y la feliz muerte que resuelve todos sus problemas y pone fin a sus sufrimientos y quejas. Y para poder cerrar ese ciclo maldito, los humanos nos olvidamos de la misma existencia de esa rueda mortal en imparable giro, de la vacuidad que supone esa huida hacia adelante que en cada paso, en cada minuto, nos acerca, como la polilla atraída por la luz, hacia nuestro propio fin. El maldito regalo envenenado que es la consciencia nos mejora como especie y, a la vez, nos condena a entender, sin lugar a dudas, la naturaleza absurda de la existencia. Y a pesar de eso, cada mañana, mis coetáneos se levantan, laboran, construyen rascacielos y autopistas, componen canciones y redactan libros, sesudos o estúpidos; ocupan set de televisión para rodar putrefactos programas de cotilleo donde descuartizan a sus semejantes para consumo de la purulenta sociedad en la que vivimos. Ruedan películas, profundas, de acción sin argumento, románticas edulcoradas. Suben persianas, se afanan en vender todo tipo de productos, innecesarios y consumistas, esenciales para la vida. Productos de diseño, superempaquetados en plástico para nuestra perdición. Y viajamos, y rodamos por todo nuestro ancho mundo, minucia insignificante cósmica. Y volamos en la seguridad y la premura hermética enlatada de los aviones, o en los ataúdes con ruedas que son los automóviles, o en el anacronismo de barcos que surcan los mares que envenenamos cada día. Y así nuestra rueda va girando cada día, conscientes de nuestra vida, inconscientes de la futilidad con la que la gastamos, como la mecha que se consume a toda prisa para hacer estallar nuestros cuerpos y dispersar los átomos que los compone en este universo que nos acoge sin propósito alguno.