lunes, 19 de agosto de 2013

RUPTURA (versión libre)

A veces la punta insomne del amanecer me despierta
con una ominosa tormenta que arremolina
Los despojos de mi cuerpo a los pies de tu cama
Donde yaces como un perro que aúlla a un extraño.
Un atroz sonido que se expande por la habitación,
Destrozada en la madrugada,
En la que apenas quedan muros en pie
Entre los que permanezco sentado sin aliento,
Como un pollo al que han arrancado la cabeza.
Un murmullo informe,
Que esconde las esquinas de su infamia
bajo los restos de muebles esparcidos por el piso,
Va reptando, dejando un ominoso reguero de reproches
Por las baldosas y las paredes;
Trepando por el techo,
Columpiándose en la lámpara.
Un estruendo insoportable, icognoscible,
Profundo como una garganta hendida,
Implacable como el acero del torero,
Va horadando la bóveda de mi cráneo,
Buscando las suturas entre los huesos
Para colarse hasta la materia blanda,
Hasta ese amasijo de células que soy,
Para lamerlas, escupir sobre ellas,
Segregar su ponzoñoso veneno
Hasta que mis oídos comienzan a supurar
Con un líquido viscoso que es mío y ajeno,
Que es odio condensado en pequeños sorbos
Para que sea más fácil poder tragarlo.
Y el brebaje va corroyendo mi ser y lo poco
Que queda entre tú y yo,
Y nos vamos mezclando con los materiales
Para crear una sustancia amorfa que a su vez fluye
Por las paredes muertas del edificio
Para buscar a otras parejas que como nosotros
Hace tiempo que están putrefactas
En su cotidiana existencia sin sentido.


sábado, 17 de agosto de 2013

EL BOXEADOR


El boxeador siempre se levanta
Como el grano que siempre espiga,
Por muchos golpes que reciba,
En su irreconocible cara abotargada.
Con los puños en ristre preparados
Ante la presentida tarea que le aguarda,
Pues perdió el rastro de sus pasos
Sólo tiene el precipicio para extender las alas.
Como un Ikaro que se aleja del sol
Siempre vuelve a la esquina que es su casa
Donde le taponan la nariz sangrante
Las pocas manos amigas que nunca descansan.

Por muchos golpes que le hinchen la ceja,
Hora tras hora como un árbol sobre la lona aguanta,
Apretando los dientes, desafiante, ante el vendaval
Que ruge y se cierne como una bestia salvaje
Ante su propia faz deformada que se alza
Como una máscara de inquebrantable piedra escondida
En las profundidades de la  frondosa selva esmeralda.

Con el recuerdo del frío en los huesos,
El recuerdo del hambre presente y pasada,
Con el tuétano destrozado y carcomido
Por la putrefacta soñada esperanza,
Muerta a cuenta de los desaires
Que la vida le cañonea en andanadas.

Con el hígado machacado y la mandíbula  rota,
La agonía de respirar sus pulmones atenaza,
Cada segundo que se mantiene erguido
Es una benévola profunda puñalada
Que le aleja de la cruel vida
Y a la caritativa tumba acerca su alma.
Pero impasible continúa su incesante baile
Al son de la música que tocan los que pagan,
De las notas que entonan los mercados
Que apuestan sobre cada gota de sangre que escapa
De las heridas que se abren en su dura piel de plata.

Mas el destrozado boxeador no cede,
A pecho descubierto una y otra vez se lanza
Contra el enemigo que presiente y no ve,
Contra el enemigo que se mofa en su cara.
Lanza sus puños hacia el hueco vacío
Que en el cuadrilátero en donde se desangra
Construyen los perros de Wall Street
Para satisfacer sus voraces ansias.

Poco a poco sus destrozados órganos
Van explotando como olvidadas caricias vanas,
A medida que el boxeador de cuerda a cuerda oscila
Como una marioneta a la que los hilos faltan,
Zarandeado por una vida que no pidió,
Exhalando el aliento que sin su permiso le insuflaran
Para luego dejarlo como un perro en la calle,
Como un perro al que su amo apalea, pero no mata.

Sin más bagaje ni honra que ser humano,
Navegó por los bajos fondos en épocas pasadas,
Se calentó al amor de fuegos ajenos
Bebiendo del wisky que otros escancian
En las oscuras y frías calles de un país que a los pobres odia,
y los aparta de su vista al pie de las caídas tapias.


Y ahora, cuando para el último asalto suena la campana,
Con los guantes empapados en sangre y odio,
Con la garganta seca y el sudor que la vista le empaña,
Una vez más se levanta del suelo,
Para recibir el latigazo que, sin pudor, le lanzan
Los que aplauden su coraje extraordinario
Escondidos tras sus aterciopeladas corbatas.

En la noche oscura de las jaurías de perros
Que ladran al zorro que se esconde en las montañas,
El último croché que nace en la Quinta Avenida
Es un diamante de Tyffanis envuelto en tafetán escarlata,
Que le lanza a la fosa común del sueño americano
Amortajado con bandera de barras y estrellas perladas
De la grandeza del gran imperio americano
Que grita “in go we trust” mientras con tierra lo tapa
Para que el hedor de su miseria
No empañe sus ojos alzados que lloran a la gloriosa patria.

Por cada portentoso logro americano
Una bala en el corazón de un niño iraquí que calla;
Por cada joyería sefardí que abre sus puertas
Una familia palestina que sus miembros esparce al alba;
Por cada aeronave de la NASA que surca el firmamento
Una manada de lobos islamistas recibe sus armas;
A las hamburguesas de McDonals que se sirven,
Los niños desnutridos ponen la salsa;
Cada nuevo modelo de zapatillas Nike
Se acordona con los intestinos secos de las ratas
Que se amontonan cosiendo hora tras hora
En las sofisticadas y caras fábricas
Donde los sueños infantiles se enhebran
Al tejido que ha de recubrir nuestras delicadas plantas.

Pero el boxeador que se tambalea ante la general expectación
Ya no recuerda nada
De lo que es o debió de ser la vida,
Ya no siente dolor ni tristeza sino que brama
Narcotizado por el sonido de la marabunta rugiente
Que exige que se esparzan sus entrañas
Sobre los índices de valores de la bolsa
Para que se produzcan subidas al alza,
Que nada sienta tan bien a los tiburones
como el sabor de la desgarrada carne humana.

Así, sin miedo ni tristeza,
El boxeador en absoluta y paciente calma
Espera con indolencia el último golpe da la vida
El que por fin para siempre le tumbe

Y le permita descansar bajo la lápida.

viernes, 16 de agosto de 2013

POR CADA PALABRA UN LATIDO

En la noche que mana de tus ojos
Se aloja un venero de caricias presentidas
Como un escorpión de terciopelo y rubíes
Que hurga en aquella profunda herida
Que me atraviesa de parte a parte
Como desprevenido atravieso la vida.

En la infinita noche de tus pupilas
Insondables como el silencioso secreto que palpita
En el súbito aliento de una flor
Que sobre la tierna rama de abril se agita
Se oye el tremor que a lo lejos se acerca,
Se acerca como una furiosa lengua de fuego incontenida.

En lo más oscuro del incierto roce de tus dedos
Que navegan por mi columna que dormita,
Hace equilibrios milimétricos el sonido de tu voz
Y su eco, que son la cara y la cruz del eterno
Conflicto en que toda mi vida se precipita
Como un río que se hunde en su propio cauce seco.

En tu serena claridad que alumbra
La perpetua noche por la que mis días transitan
El untuoso recuerdo de tus manos y tu boca
Es una manada de corceles que se encabritan
Y se deshacen de la brida que mis manos sujetan

para galopar a cielo abierto en tus valles y colinas.