lunes, 4 de agosto de 2014

A UNA MAESTRA.

Las palabras que deban se dichas,
Tendrán quienes las griten al viento:
Diez mil colegiales querubines
Tomarán el sudario de hilo y sueños.

Son tu propio rastro eterno,
La simiente feraz que sembraste
En años de duro esfuerzo,
Día a día en clase, martillo sobre el hierro.
Inasequible al desaliento, madre,
En las frías tardes de invierno,
Atando cordones, sonando narices,
Caricias perfumadas a diestro y siniestro.
Esa voz tersa, susurrante
Como una brisa fresca de invierno,
Vivificaba el alma, era en sí misma
Como el humo profundo del incienso.
Esa voz calmada que mecía sin sueños,
A todas las fierecillas indomables,
En los días de estudio y recreos,
Esa mirada brillante, tallada cual camafeo.
No te vas, te quedas; así yo lo creo,
Que quien derrama cariño y risas,
Quien es tan de verdad sin esfuerzo,
Tiene en la obra que deja, perpetuo recuerdo.

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