¡Ay, Marrakech!, qué lejos tus
tierras,
Qué cerca tu Medina, tus artesanos
sentados,
Sobre las calles infinitas,
¡ay, Marrakech!, que cantas en las
mezquitas.
Tierra de mil caras distintas,
Hombres con chilaba, mujeres
altivas,
Mujeres con hiyab, mujeres de pelo
largo
Suelto al viento algunas,
Recogido, ay, recogido en vano.
Marrakech del barrio francés,
Con cafés al estilo europeo,
cercanos,
Y también pequeños cafés donde
sirven
Te con menta y te dan la mano.
Y casi sin darse cuenta,
Uno atraviesa tus barrios poblados
Para soslayar las cumbres del
Atlas,
Los altos picos nevados,
Cincelados en la roca volcánica
Como un campo recién bombardeado,
Hasta llegar al inmenso palmeral
Que se tiende junto al río soberano
Que en aquellas tierras agrestes
Es el verdadero y único amo.
El río Dra que corre como un hilo
De intenso azul de riberas bordeado
Con
inabarcables palmerales
Y pueblos de adobe enclavados
En los albores de los tiempos,
Tiempos ya por todos olvidados.
Con los ojos de un niño inquieto
Voy recorriendo las venas de tus
barrios
Hasta la cumbre del Ksar de Ben
Hadu,
El anciano recinto fortificado
Que se yergue sobre el valle
Como si el tiempo estuviera
estancado.
Aún con las pupila impresa
Del abigarrado entramado
De casas y palmeras, pleno digo
De tu belleza y de tus tejados de
barro,
Parto presto hacia el desierto
Donde he de encontrar a mis
hermanos.
A la anochecida arribamos
A los aledaños del Sahara, y nos
esperan
Sobre sus talones sentados,
Los camellos del atlas y los
tuaregs
Que nos han de guiar sin descanso
Por las arenas perpetuas
inmemoriales
Que caminan como fantasmas lejanos.
En el desierto me quedo,
Ay Marrakech,
Que ya no he de volver a tu lado.