sábado, 17 de agosto de 2013

EL BOXEADOR


El boxeador siempre se levanta
Como el grano que siempre espiga,
Por muchos golpes que reciba,
En su irreconocible cara abotargada.
Con los puños en ristre preparados
Ante la presentida tarea que le aguarda,
Pues perdió el rastro de sus pasos
Sólo tiene el precipicio para extender las alas.
Como un Ikaro que se aleja del sol
Siempre vuelve a la esquina que es su casa
Donde le taponan la nariz sangrante
Las pocas manos amigas que nunca descansan.

Por muchos golpes que le hinchen la ceja,
Hora tras hora como un árbol sobre la lona aguanta,
Apretando los dientes, desafiante, ante el vendaval
Que ruge y se cierne como una bestia salvaje
Ante su propia faz deformada que se alza
Como una máscara de inquebrantable piedra escondida
En las profundidades de la  frondosa selva esmeralda.

Con el recuerdo del frío en los huesos,
El recuerdo del hambre presente y pasada,
Con el tuétano destrozado y carcomido
Por la putrefacta soñada esperanza,
Muerta a cuenta de los desaires
Que la vida le cañonea en andanadas.

Con el hígado machacado y la mandíbula  rota,
La agonía de respirar sus pulmones atenaza,
Cada segundo que se mantiene erguido
Es una benévola profunda puñalada
Que le aleja de la cruel vida
Y a la caritativa tumba acerca su alma.
Pero impasible continúa su incesante baile
Al son de la música que tocan los que pagan,
De las notas que entonan los mercados
Que apuestan sobre cada gota de sangre que escapa
De las heridas que se abren en su dura piel de plata.

Mas el destrozado boxeador no cede,
A pecho descubierto una y otra vez se lanza
Contra el enemigo que presiente y no ve,
Contra el enemigo que se mofa en su cara.
Lanza sus puños hacia el hueco vacío
Que en el cuadrilátero en donde se desangra
Construyen los perros de Wall Street
Para satisfacer sus voraces ansias.

Poco a poco sus destrozados órganos
Van explotando como olvidadas caricias vanas,
A medida que el boxeador de cuerda a cuerda oscila
Como una marioneta a la que los hilos faltan,
Zarandeado por una vida que no pidió,
Exhalando el aliento que sin su permiso le insuflaran
Para luego dejarlo como un perro en la calle,
Como un perro al que su amo apalea, pero no mata.

Sin más bagaje ni honra que ser humano,
Navegó por los bajos fondos en épocas pasadas,
Se calentó al amor de fuegos ajenos
Bebiendo del wisky que otros escancian
En las oscuras y frías calles de un país que a los pobres odia,
y los aparta de su vista al pie de las caídas tapias.


Y ahora, cuando para el último asalto suena la campana,
Con los guantes empapados en sangre y odio,
Con la garganta seca y el sudor que la vista le empaña,
Una vez más se levanta del suelo,
Para recibir el latigazo que, sin pudor, le lanzan
Los que aplauden su coraje extraordinario
Escondidos tras sus aterciopeladas corbatas.

En la noche oscura de las jaurías de perros
Que ladran al zorro que se esconde en las montañas,
El último croché que nace en la Quinta Avenida
Es un diamante de Tyffanis envuelto en tafetán escarlata,
Que le lanza a la fosa común del sueño americano
Amortajado con bandera de barras y estrellas perladas
De la grandeza del gran imperio americano
Que grita “in go we trust” mientras con tierra lo tapa
Para que el hedor de su miseria
No empañe sus ojos alzados que lloran a la gloriosa patria.

Por cada portentoso logro americano
Una bala en el corazón de un niño iraquí que calla;
Por cada joyería sefardí que abre sus puertas
Una familia palestina que sus miembros esparce al alba;
Por cada aeronave de la NASA que surca el firmamento
Una manada de lobos islamistas recibe sus armas;
A las hamburguesas de McDonals que se sirven,
Los niños desnutridos ponen la salsa;
Cada nuevo modelo de zapatillas Nike
Se acordona con los intestinos secos de las ratas
Que se amontonan cosiendo hora tras hora
En las sofisticadas y caras fábricas
Donde los sueños infantiles se enhebran
Al tejido que ha de recubrir nuestras delicadas plantas.

Pero el boxeador que se tambalea ante la general expectación
Ya no recuerda nada
De lo que es o debió de ser la vida,
Ya no siente dolor ni tristeza sino que brama
Narcotizado por el sonido de la marabunta rugiente
Que exige que se esparzan sus entrañas
Sobre los índices de valores de la bolsa
Para que se produzcan subidas al alza,
Que nada sienta tan bien a los tiburones
como el sabor de la desgarrada carne humana.

Así, sin miedo ni tristeza,
El boxeador en absoluta y paciente calma
Espera con indolencia el último golpe da la vida
El que por fin para siempre le tumbe

Y le permita descansar bajo la lápida.

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