lunes, 9 de junio de 2014

OPCIONES

Miró a ambos lados de la carretera, compulsivamente, con un agitar frenético de los párpados que cual colibríes histéricos danzaban inquietos sobre la mácula ocular. La carretera estaba desierta. Un súbito impulso le hizo adelantar el pie derecho pero antes de posarlo sobre el asfalto recalentado por el sol, se detuvo y permaneció inmóvil, con el pie en alto, trémulo cual campana golpeada por el badajo, y dudó, dudó como jamás había dudado en su vida. Rememoró su infancia en el pueblo de sus padres, las tardes de calor y el alto cerezo florido, y luego los dulces frutos jugosos y azucarados. Más tarde, la escuela, los amigos de la infancia, los juegos, las meriendas de pan y chocolate. Y crecía a toda velocidad, aumentado las tallas, sacando el bajo a los pantalones, comprando zapatos nuevos, tirando zapatillas destrozadas de jugar a fútbol. Y luego la universidad, las noches insomnes de café frente a los apuntes y Bach sonando muy bajo para no molestar a los que dormían. Los exámenes y los nervios, el calor en las aulas sin acondicionar en verano, el frío glaciar en invierno. Y los días se sucedían y las estaciones. Y de nuevo la carretera, desierta, mientras mantenía el pie en vilo, hasta posarlo suavemente sobre el firme.
Ya sosegado, siente como su corazón se tranquiliza un poco y se va restableciendo una respiración mas pausada; y comienza a atravesar la carretera aprisa, sin mirar hacia atrás, rápido, rápido, corre, los últimos metros, y llega a la otra acera. Se gira, mira al otro lado del que venía, todo quieto, monótono, congelado en el tiempo.
Sonríe levemente, satisfecho.
No siente la cornisa que se desprende y se precipita a toda velocidad hacia él con toda la contundencia del azar.

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