En general tengo una mala opinión
sobre el modelo de sociedad estadounidense. Es el imperio actual, aunque cada
vez menos, que amenaza con devorarse a sí mismo y de paso devorar al resto del
mundo con él. Pero reconozco que hay unas cuantas películas que son
americanadas, en las que como siempre hacen se dedican a hacer propaganda de lo
buenos que son ellos y lo malos que somos los del resto, hay unas cuantas digo,
que me encantan. Incoherencias tenemos todos. Entre ellas citaría Nacido el 4
de julio, Forrest Gump, Algunos hombres buenos en la que Tom Cruise está como
siempre y Jack Nicolson, histriónico y destartalado, como nunca. Y de la que
quiero hablar hoy, Philadelphia, que aborda el inicio de la pandemia del SIDA. Y
Me gusta no solo por la visión amplia que da de la homosexualidad, o por esa maravillosa
escena donde Tom Hank, al que amo por sus películas y odio por su
conservadurismo fanático, baila con su gotero mientras la Callas canta La mamma
morta perforándome el corazón sin remedio. Solo por esa escena ya amaría esta película
pero me gusta más que nada la idea que trata de explicar; que a pesar de todo
puede hacerse justicia y que incluso los poderosos pueden perder pie. Pero en
realidad de lo que quiero hablar es de una parte de la película en la que se
está desarrollando el juicio. En ella la abogada del poderoso buffete de
abogados que ha despedido a su mejor abogado, Tom Hank, tras descubrir que
tiene SIDA aunque lo que en realidad se esconde detrás es una profunda
homofobia, la abogada digo, se dedica a destruir ante el tribunal la reputación
de Hank mediante una sucesión de pruebas incontrovertibles. En esa larga
secuencia, ella va diciendo, HECHO y lo explica, HECHO, y explica otro y así,
de modo que convierte el juicio no en un acto jurídico bajo la supervisión de
un tribunal y un jurado, sino en un procedimiento científico donde no hay nada
que discutir ya que los hechos no se discuten.
Pues en ese punto de mi vida es
justo en el que estoy, en el de los HECHOS. Los hechos contra las palabras. Las
palabras son cáscaras vacías que no representan nada, que no quieren decir
nada, que no tienen sustancia ni presencia. Los hechos son tangibles, han
sucedido, son medibles o evaluables, porque los hechos representan el pasado y
el pasado siempre ha sucedido.
Siempre he desconfiado de los que
hablan en lugar de hacer. Siempre me ha cabreado esta sociedad experta en
diagnosticar problemas pero inoperante a la hora de resolverlos. Hay un tipo de
gente que solo se queja pero que nunca se arremanga para enfangarse y resolver
las cuestiones. Hay una categoría de políticos que representa la parte más conspicua
de este tipo de sociedad; hablan, critican, pero son incapaces de presentar
propuestas sensatas, o de renunciar a parte de sus principios para entrar a
gobernar y de verdad meterse a cavar en la trinchera.
Cuando estuve en el instituto de
Córdoba de manera inmediata distinguí a la parte del profesorado que pertenecía
a este grupo, los dolientes, los que se quejan de todo, los que todo le viene
mal; de aquellos, curiosamente pertenecientes al departamento de inglés y
francés, que eran todo lo contrario y con los que hubo match de manera
fulminante. Aquellos que como yo decían, vale, los problemas ya los conocemos, ahora
veamos las soluciones, veamos que hacéis cada uno de vosotros para mejorar
esto.
Este tipo de gente se encuentra
de forma predominante en el funcioraniado. Los privilegiados de nuestro país,
que aun teniendo trabajo de por vida, pudiendo desarrollar planes de futuro,
etc se dedican sistemáticamente a lamentarse y quejarse de lo mucho que
trabajan, pobreticos míos. Me producen verdadera repulsión esta gente egoísta y
desconectada del mundo que no sabe o no recuerda, como es el mundo laboral en
la empresa privada, donde echas horas extras sin que te las paguen, con el
peligro de despido en cualquier momento, con sueldos de miseria, eso por no
hablar de que la mitad de los desgraciados trabajadores de este país van a la
puta calle o tienen que cerrar sus negocios cada vez que llega una crisis.
Estoy harto de las palabras y de
quienes las pronuncian como excusa barata; son el subterfugio de mentirosos e
hipócritas, el parapeto de cobardes, la lanza de indignos, el proyectil de los
odiadores profesionales, el adarve de los indolentes. HECHOS.
Recuerdo cuando era joven y
estaba en la facultad con algún carguillo de representación estudiantil y
venían los comerciales a venderme cosas para la facultad. Había uno al que
habría decapitado públicamente, que me llamaba campeón. Baboso y genuflexivo
hasta el vómito. Sin saber que no hay nada que me ponga más a la defensiva que
un buen halago. Yo sé que no soy precisamente un dechado de virtudes así es que
en cuenta alguien me suelta una lisonja pienso rápidamente, a ver que quiere
este pollo.
También en las relaciones
personales ocurre lo mismo. Como decía mi abuela, a mí el que me quiera hacer
algo bueno que me lo haga en vida, cuando me muera que no venga a llorarme y
que se vaya a tomar por el culo. Pues eso digo yo. HECHOS. Amigos y familiares
que vienen muy rápido a tu funeral pero a los que les importas un carajo y no
te han preguntado cómo te va en años. Eso es muy español. Esa hipocresía barata
de las palabras vacías. De cuánto me alegra lo bien que te va todo o cómo te
echado de menos, pero sin ser capaz de descolgar el teléfono para preguntar si
estás vivo. HECHOS.
A mí, a veces, me acusan de ser
hiriente con las palabras, de ser mordaz o agresivo o de decir lo que pienso y
que con eso puedo hacer daño a los demás. Pero las palabras solo hacen daño
cuando encajan en la misma herida que las causaron. Las palabras de los seres
queridos son las que más daño hacen y es porque en el fondo sabes que son
verdad, que están tocando el mismo tuétano que te compone, la misma raíz
esencial que te anima. Esas palabras queman como fuego porque tocan allí donde
la herida permanece y no ha cicatrizado. En realidad no son las palabras lo que
hacen daño, sino el remordimiento sobre aquellos hechos en los que se asientan,
sobre las malas conductas que recuerdan, las palabras no son las que hacen
daño, son los HECHOS los que duelen.
Así es que a estas alturas de mi
vida le digo al amplio mundo: te puedes ahorrar todas las palabras buenas o males que
quisieras dedicarme. Demuéstralo. Demuéstralo con HECHOS.
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