Dormita mi casa en un trapecio sin redes
Plegada en sí misma como un animal herido,
Respira sin esfuerzo el aire que desprenden
Mis pulmones cansados de tanto haber vivido.
Crujieron reumáticas sus cansadas paredes,
Acomodándose sus anchos muros dormidos
a las gráciles curvas de los pesados muebles
sobre la acogedora piedra tendidos.
El tiempo incansable olvidaba sus leyes
Y hacía una pausa en tejer el destino
En que vivían inmersos todos los seres
Creyendo que construían su propio camino.
Y, así, a mi lecho se acercaron tus pisadas leves
Apenas deshiciste las blancas sábanas de lino,
En mi cuerpo olvidado, tus caricias silentes
Fueron como el agua que riega los olivos.
Nacieron, de súbito, vivientes brotes verdes
De las sillas, las mesas y los libros,
Sedientos de tu piel tersa y turgente
Sedientos de recorrerte con dedos precisos.
Tan sensual como siempre
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