lunes, 9 de abril de 2012

En mi última hora

Abro mi pecho para mostraros,

Mi corazón que ya no late, ni llora,

Que desde luego, ya no sufre.

Para mostraros mi cuerpo

Al que ya solo seduce

La idea de la muerte pronta,

De la llegada del silencio inmenso

De las madreselvas que crecen

Con esmero

A costa de mi fugaz memoria.

No lloréis, amigos, en la hora

Que precede a la noche perpetua

Pues será la sombra eterna

Solaz de mi olvidada memoria.

Si es efímera mi historia,

No menos lo son las lágrimas presurosas

Que gimen las plañideras,

Como sangrientas fieras

Que paladean mi carne roja.

Y sabiendo que nada me añora

En esta olvidada Tierra,

Pronto mi memoria borra

La huella de mi pasada senda,

Pues el polvo se asienta

Sin prisa ni demora

Sobre mi desdibujada silueta

Que ya en el horizonte se recorta.

Buscad, perros de nariz insidiosa

mi rastro que apenas se esboza

en la ondulante carretera,

veloces devorad el camino

que mis ojos cerrados atesoran

no dejéis indemnes mis pupilas,

devorad pronto el brillo que alojan.

Que no quiero ver nuevos días,

Días que a la muerte alojan,

Días tristes y oscuros,

Días de hombres que son bestias,

De bestias que devoran las rosas.

Rosas negras teñidas de la hiel

Que destilan muchachos sin sombra.

El cielo se volverá tímido

Como un vals que se antoja

En una noche sedienta

Del licores y milongas.

Y ya las luces de los bares

Se hicieron canto de alondras

De las enormes desiertas estepas

De los noctámbulos que no reposan.

Las estrellas se esconden

Tras los edificios que asolan

Los inconcretos sueños perdidos

De poetas de pluma corta.

No tengáis piedad, perros,

Del último resto de mi carroña

Apurad el duro hueso,

Lamed la sangre de mi aorta,

Vosotros perros que acecháis

Tras teñidas corbatas sedosas,

Aquí tenéis mi pecho,

Abierto como una amapola,

Saciad con premura vuestra sed,

Y sucumbid a mi palabra venenosa.

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