Abro mi pecho para mostraros,
Mi corazón que ya no late, ni llora,
Que desde luego, ya no sufre.
Para mostraros mi cuerpo
Al que ya solo seduce
La idea de la muerte pronta,
De la llegada del silencio inmenso
De las madreselvas que crecen
Con esmero
A costa de mi fugaz memoria.
No lloréis, amigos, en la hora
Que precede a la noche perpetua
Pues será la sombra eterna
Solaz de mi olvidada memoria.
Si es efímera mi historia,
No menos lo son las lágrimas presurosas
Que gimen las plañideras,
Como sangrientas fieras
Que paladean mi carne roja.
Y sabiendo que nada me añora
En esta olvidada Tierra,
Pronto mi memoria borra
La huella de mi pasada senda,
Pues el polvo se asienta
Sin prisa ni demora
Sobre mi desdibujada silueta
Que ya en el horizonte se recorta.
Buscad, perros de nariz insidiosa
mi rastro que apenas se esboza
en la ondulante carretera,
veloces devorad el camino
que mis ojos cerrados atesoran
no dejéis indemnes mis pupilas,
devorad pronto el brillo que alojan.
Que no quiero ver nuevos días,
Días que a la muerte alojan,
Días tristes y oscuros,
Días de hombres que son bestias,
De bestias que devoran las rosas.
Rosas negras teñidas de la hiel
Que destilan muchachos sin sombra.
El cielo se volverá tímido
Como un vals que se antoja
En una noche sedienta
Del licores y milongas.
Y ya las luces de los bares
Se hicieron canto de alondras
De las enormes desiertas estepas
De los noctámbulos que no reposan.
Las estrellas se esconden
Tras los edificios que asolan
Los inconcretos sueños perdidos
De poetas de pluma corta.
No tengáis piedad, perros,
Del último resto de mi carroña
Apurad el duro hueso,
Lamed la sangre de mi aorta,
Vosotros perros que acecháis
Tras teñidas corbatas sedosas,
Aquí tenéis mi pecho,
Abierto como una amapola,
Saciad con premura vuestra sed,
Y sucumbid a mi palabra venenosa.
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